La oficina del jefe de la Departamental de La Plata tiene todo el lujo que una sala de conferencias y reuniones puede ofrecer. Los pisos grises, que parecen mojados por las vetas brillantes de los mosaicos, otorgan al lugar completo una luminosidad artificial que hace juego con las lamparitas dicroicas que arrojan desde el techo cegadores ases de luz.
Al fondo de la oficina, separado del recibidor por una puerta plegadiza, el comisario conversa por teléfono sentado en la cabecera de una mesa de madera clara, rodeada por seis sillas: dos a cada lado, y una en cada uno de los extremos: es la mesa de las reuniones.
En el recibidor hay un escritorio, clásica pero horriblemente decorado con portarretratos, una lámpara de escritorio, una agenda abierta sin ninguna inscripción manual y un pie de metal con tres vasos de vidrio cargados con hojas y flores secas aromatizadas. El escritorio está delante de una de las paredes laterales, donde el comisario se saca las fotos: a ambos lados de la silla están las banderas argentinas y de la provincia de buenos aires, y por sobre el respaldo alto de la silla sobresalen todos los títulos ganados en unos 30 años de "servicio” a la sociedad.
Frente al escritorio hay dos sillones (parecen cómodos) color verde musgo; uno a cada lado de la ventana, cerradas sus persianas y cubiertos los vidrios con cortinas finas, transparentes casi, color blancas.
Al lado de la puerta de acceso al recibidor, a la izquierda del escritorio, hay un cuadro oscuro que representa a un paisano arriba de un caballo; un atardecer pampeano. Al otro lado de la puerta, en esa pared, cuelgan tres cuadros con el mismo marco y tamaño: La cara de Ghandi en cepia hace de fondo a alguno de sus escritos; la madre Teresa de Calcuta es una figurita pequeñita (como era ella) debajo de un texto que reproduce una de sus plegarias; en medio de esos dos cuadros una oración clerical cierra el sector religioso de la pared.
Con mis colegas de la televisión y la radio esperamos que el comisario nos atienda, parados en el medio del recibidor, sobre los pisos grises. Finalmente el capitán se pone de pie en la punta de la mesa de reuniones, delante de una biblioteca con libros que parecen falsos, y un pelado petiso, sexagenario alcahuete, lo ayuda a ponerse el traje verde.
Sonriente, dejando ver su diente plateado con una amplia sonrisa debajo de sus ojos celestes, el comisario se para delante de la cámara de Crónica. "Bueno, en que los puedo ayudar", nos dice con una sonrisa ad hoc y un destello en los ojos de su cara redonda y gorda. Todos sonreímos con muecas falsas e intentamos demostrar interés por lo que pueda llegar a decirnos.
1 comentario:
Una buena descripción de la artificialidade de una instituición y sus respectivos funcionarios.
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