30 junio 2006

Signos de otros tiempos

El asesinato del chico Lucas Ivarrola rememora los crímenes más atroces que ocurrieron durante la dictadura militar genocida. Métodos que parecían erradicados, que los marinos, la Armada Argentina, estaba recluida a un ostracismo obligado por la condena social de un pueblo que no quiere volver a saber de ellos. Pero lo enseñado queda y el asesinato del adolescente de Moreno lo muestra a la perfección. El método fue calcado de cualquiera de las acciones que las patotas de la Armada realizaron después del golpe de 1976: un secuestro violento de la casa de un familiar donde el perseguido se escondía; una sesión de tortura feroz; una ejecución con fusilamiento, y el intento de desaparecer el cuerpo. ¿Sorprendente coincidencia o aprendizajes puestos en práctica? Hasta la idea de obediencia debida apareció en cartel: el mayor de los hermanos Romero, Jorge, de 42 años y suboficial primero de la Armada, se hizo cargo del asesinato para desvincular a sus dos hermanos: Carlos, el otro marino –cabo principal- de 34 y Ramón, efectivo de una empresa de seguridad. Según la fiscal del caso, citada por un matutino porteño, Jorge Romero dijo «lo hice yo solo». Incluso el vehículo que utilizaron en el secuestro es un signo del pasado: Usaron, para ser fieles a la historia, un Ford Falcon color verde.

Con el final de la dictadura, y el anterior exterminio de las organizaciones políticas que ponían en jaque la organización política, la figura del “delincuente”, del otro a suprimir, mutó. Se pasó de la persecución del “delincuente subversivo” a la cacería del “delincuente común”; del resguardo de la propiedad privada de los revolucionarios que la querían “robar” para repartirla, al resguardo de la propiedad de aquellos que la intentan sustraer para sobrevivir. Antes delincuentes organizados e ideologizados; hoy “negritos” que van por la libre. En algunos organismos antirrepresivos leen el traspaso de sistemas de represión y control social como el paso de la famosa Doctrina de Seguridad Nacional al de una Doctrina de Seguridad Ciudadana. Ambas tiene como base de operación el exterminio –que en el 75, para el primero de los casos, firmó Ruckauft- de los “delincuentes”. El tan tristemente célebre Gatillo Fácil, que funciona en la práctica como una pena de muerte extrajudicial –salvo contadas excepciones son chicos pobres los que lo padecen-, es una muestra de una práctica estatal ilegal: aunque no puede decirse que exista una orden gubernamental para ponerlos en práctica, son funcionarios del estado quienes lo ejecutan.

Lucas Ivarrola llegó el lunes por la tarde corriendo a la casa de su padrino. Intentaba refugiarse de un grupo que lo buscaba acusándolo de haber robado un televisor. Poco después –según relataron los testigos presénciales- los dos marinos y el custodio entraron en la casa; se llevaron por la fuerza a un chico de 15 años, de contextura menuda y lo subieron a un Falcon Verde. Lo que siguió fue el terror. El martes el cuerpo de Lucas apareció a un costado de un camino rural en Lujan: lo habían torturado, ejecutado y prendido fuego, tal como determinó la pericia forense, cuando aún agonizaba. La reacción fue inmediata y, mientras la policía arrestaba a los hermanos Romero, algunos de los vecinos del adolescente atacaron e incendiaron la vivienda de quien engendró tales monstruos. Hasta aquí las crónicas policiales, pero el tiempo pasa y las marcas quedan pirograbadas en las conciencias de los pueblos.

En las épocas de la Doctrina de Seguridad Nacional una frase resumió la complicidad social de un genocidio. «Algo habrán hecho», decía doña Rosa. Ayer, en Moreno esa frase regurgitó de las gargantas de algunos de los vecinos del barrio “La Perlita” de Moreno, donde Lucas vivía con sus hermanos y su madre en una casa construida con madera y materiales juntados; en una casa marginal típica del conurbano bonaerense pobre. «Bien muerto está» aseguran los medios de comunicación que dijeron varios vecinos.

El crimen de Lucas pone una vez más al descubierto una idea que trágicamente toma cada vez más fuerza entre la gente: la equiparación del pobre con el criminal. La desvalorización de la infancia y la adolescencia. Y los arrebatos justicieros. Criminales. Y la idea de que nuestro vecino es un potencial atacante. Blumberg ha hecho mucho daño. Sería interesante no volver más para atrás justo ahora que se estan juzgando aquellos asesinos.

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