16 noviembre 2006

un suspiro

Hablar con el abogado de la familia del muerto me tranquilizó. Cuando me explicó que el crimen era solo un crimen más; producto de la mente de un desquiciado, respiré profundamente aliviado. No es que no me perturbara la idea de un asesinato a sangre fría, perpetrado sin más armas que una baldosa y un palo en pleno centro de la ciudad, pero a pesar de lo terrible del caso y lo inexplicable que un momento se volvió la situación, el crimen no fue una señal, como en un momento comenzó a sospecharse.
No se había tratado de un mensaje y en ese momento era muy importante porque para todos quienes pensaban que se trataba de un aviso por el juicio al represor, la idea los había inquietado demasiado.
La situación giró 180 grados con la confesión de nueve testigos a quienes el asesino contó en una pieza de pensión que mientras tomaba una cerveza con su futura víctima, una estúpida rencilla momentánea había derivado en un crimen atroz.
«Los testimonios son muy verosímiles; incluso con contradicciones, lo que lo hacen aún más creíble» contó desapasionadamente el abogado, mientras cebaba unos mates despatarrado en una silla: «la verdad que en el fondo es mejor. Es preferible que lo haya matado este pibe porque estaba pasado a que fuera un crimen para dejar un mensaje mafioso», remató el abogado, y comenzó a explicar algunos extractos de las declaraciones a la que había podido acceder.
Cuando salí del estudio vi la foto de López que el abogado tenía pegada en su puerta y pensé en el "mensaje mafioso". No pude evitar recordar el comentario que en una noche delirante hizo un amigo: «la paranoia es un aliado que te mantiene alerta; pero no te dejes envolver en sus redes». Sonreí y respiré aliviado nuevamente.

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