Al lado de un alambrado que se perdía a la distancia y protegía un mundo que le era ajeno y hostil, paró el gordo Osvaldo Soriano a Zárate, el personaje de su novela Una sombra ya pronto serás. Algo parecido sucedía el fin de semana largo por el día de la bandera y del padre en Carlos Tejedor, un terruño salitroso en el noroeste bonaerense, donde el viento insistente del invierno levanta pardas nubes de tierra de las lagunas secas, por sobre la gramilla amarillenta y reseca por las heladas. En ese pueblo ubicado a un lado de la ruta 226, donde viven unas 7 mil almas, la familia mendocina pasó obligada el fin de semana.
Debe haber resultado gracioso ver la cara de sorpresa del dueño del hotel del Oeste, que fue visionariamente construido frente a la Petrobrás del acceso, ver ingresar un cliente que no era un viajante. Los tres mendocinos iban a Mar del Plata y, aunque en el pueblo no había piquete, no pudieron seguir: la aguja del reloj de la nafta del Corsa tocó fondo. Por el paro del campo, nadie en el pueblo tenía combustible para vender.
Los mendocinos se relajaron y pasearon una, dos, tres, cien veces por las cuatro cuadras que componen el centro de Tejedor; desde la plaza hasta Tequila, el almacén de ramos generales más grande que supo tener el pueblo, ahora transformado en bar. Los forasteros eran el comentario de todos.
A pocas cuadras de la plaza principal, la arquitecta Rodríguez, la que construyó el hotel del acceso de la ciudad, pasó el día del padre con su familia. La mujer tampoco consiguió nafta para volver con su Ford Ka a Neuquén, donde vive. Como los mendocinos, el martes miraba el horizonte esperando ansiosa al camión cisterna y puteando, por lo bajo, al paro del campo.
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