Semáforo en blanco de la esquina de aquel barrio. Luz amarillenta de un tango venido al sur. Cruza el océano como un barco entre somníferos. Un signo ciego en el umbral. Ayer un gesto adivinó tres escobas en un mapa. Pero está acercándose el río de la fiebre. Nada. Las manos del invierno se mecen sobre el cuello de una botella. No hay espuma que no devenga en el piso pueril de un sonido miope.
Pasa un tren.
Se queda tieso un policía cuando tres columnas le sonríen. El tiempo se inmiscuye como una puerta en los zapatos. Detrás del aeropuerto está la valija que contiene autoritaria al piloto de prueba de la duda.
Pueden transmutar su diván las madreselvas. Dentro de una bicicleta late un puercoespín asesinado a caramelos. Afuera de un vidrio está lloviendo el otro mundo. Más de una vez.
Quiso un kiosko tragarse la ciudad. Son todas las maderas un elemento funcional a la filosofía. Se fundió en la premura la silueta del espacio. Repleto de escaleras un árbol se hace pascuas. Después de la armonía brilla un saltimbanqui. Se cayó el abecedario.
La ruptura de un museo se queja inflexible en la seria compostura del sahumerio. Escuchan las cigueñas el impacto de la espera. Ya todos saben que la bolsa de comercio.
Esta frío el húmedo cajón que abre los pañuelos.
Todo es algún sonido quieto.
Por Pablo Pioluchi (desde la Intemperie)
2 comentarios:
Muy bueno!
gracias!
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