Aunque no es de preocuparse por los avatares de las leyes y normativas legislativas, Pablo anda preocupado. Es un estudiante de Bellas Artes y su mundo varía entre las creaciones plásticas y la vida tranquila, repleta de amistades, en un cuarto piso en calle 12.
Pero Pablo es, también, un tipo delgado y bien morocho: piel oscura, ojos oscuros, usa el pelo negro (casi azabache) rapado. En invierno se abriga con camperas y buzos con capucha. En verano anda con gorra. No es peligroso para sí, ni para terceros. Es, casi, un fundamentalista de la vida en paz. No le gustan los pleitos ni meterse con la gente; camina tranquilo por la calle; habla bajo y jamás se lo escucha levantar la voz. Ni siquiera le gusta el fútbol por lo que en su vida gritó siquiera para festejar un gol.
Pero Pablo está preocupado por el proyecto del Código Contravencional y la reforma procesal penal.
Y no es para menos. Pablo vive sobre la calle 12, a dos cuadras de la Departamental de Policía y desde que se mudó, a principios de año, la policía interrumpió seis veces su paso en plena calle. Le pidieron documentos, lo pusieron contra la pared, lo palparon de armas.
Pablo es morocho y joven. Apenas supera los 24 años. Es noctámbulo y suele caminar por la calle de noche: al quiosco a comprar puchos; a lo de algún otro amigo, o simplemente para tomar aire mientras está en medio de un trabajo artístico.
Pablo es morocho y joven y por eso cumple con las características necesarias para ingresar en la lista de los sospechosos de merodeo, de vagancia, por portación de elementos injustificados (justo las herramientas que usa para la facultad).
Y es uno de los elegidos del "olfato policial" que está en las bases mismas de la puesta en práctica del código. Sin que la norma esté aprobada, Pablo lo vivió en carne propia, al menos, seis veces este año sólo por su fisonomía de negrito joven.
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