26 febrero 2007

Guantes de látex

Se despertó sobresaltado por su propio aullido y cerró los ojos rápidamente para poder abrirlos más lento, más cautelosos. Otra pesadilla. Nuevamente el atacante oscuro detrás de esa puerta. «Tengo que ponerle otro seguro», dijo para si mientras tomaba unos tragos largos de agua directamente de la botella de plástico, parado en calzoncillos al lado de la heladera.

El sueño era igualmente espantoso que muchas otras pesadillas anteriores, pero el que lo había despertado esa noche traía entre sus imágenes una referencia a la muerte, extraña pero muy específica.

Guantes de látex, guantes de forense. Pensó con la botella aún en la mano.

Prendió un cigarrillo del atado que estaba en la mesa de luz junto al cenicero pensando que le costaría volver a dormirse, pero no pudo terminar de fumarlo. Lo apagó, cerro los ojos y se durmió al instante.


-Soñé que dormía y me despertaba.

-¿Un sueño en el sueño?- Preguntó Mercedes.

-Si, algo asi... Me despertaba aterrado. Sin poder dominar mi cuerpo. Salía de la cama y caminaba hacia la puerta con la sensación (porque no podía verla) de que estaba abierta. Era como si yo no me moviera: mi cuerpo se desplazaba solo, entumecido, tiezo, con los brazos extendidos a los costados del cuerpo, como dominado por un terror como el que genera la altura. Como el vértigo que te deja petrificado, como si el cuerpo no te perteneciera.

-Una sensación fea.

-Horrible. A un amigo le pasó en Jujuy y no se podía bajar de la montaña. Se quedó abrazado a una piedra como media hora...

-Bueno, el sueño... estabas como petrificado...

-Si, me movía no se cómo. Salí de la pieza y pase por el living, siempre con la idea que la puerta estaba abierta y que ahí había alguien, o algo, no se. Del living pase al pasillo y enfrenté la puerta, todavía sin ver nada.

-¿Estaban las luces prendidas?

-No. Estaban apagadas pero igual veía todo. El ropero en la pieza, con una puerta abierta (así había quedado esa noche, me di cuenta cuando me desperté en serio); la cómoda con el equipo de música arriba en el living, los cuadros del Che y de Picasso en las paredes. Todo veía.

Y cuando llegué al borde de la puerta abierta de par en par (al fondo del pasillo me acuerdo que se veía la puerta que da a la calle), ahí estaba, del lado de afuera de la casa, abajo del escalón, en el pasillo: una figura humana, sin cara porque él sí estaba a oscuras. Con los brazos abiertos y las manos con los dedos bien estirados a la altura mi cuello.

-Ahí te despertaste.

-Si pegué un grito que me asustó a mi. Y me desperté.- Esbozó una sonrisa de vergüenza al reconocer lo que le pareció cobardía.

-Una cosa me llamó la atención del todo, y es la última imagen que me quedó; lo último que vi en el sueño: el tipo (o lo que sea que fuera) tenía puestos guantes de látex. Los mismos que usan los médicos, o los forenses.

Ella habló con una sonrisa entre dientes: -¿Los guantes de la muerte?

«Los guantes de la muerte» repitió en su cabeza. Y devolvió la sonrisa.

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