27 febrero 2007

Custodio de nada

Paradojas del programa de protección al testigo

La testigo en el juicio a Miguel Etchecolatz festejaba su cumpleaños en una quinta de Villa Elisa acompañada de sus amigos. En el interior sonaban la música y las risas, mientras el mate y las galletitas hacían de la tarde de pileta un festejo propicio. Afuera, los custodios de la testigo dispuestos por el Gobierno de la Provincia cuidaban que todo estuviera en orden.

Los festejos se continuaron como cualquier otra tarde apacible en esa localidad de casas quinta de La Plata, con uno de los policías bonaerenses que ejercen la custodia vestido con gorra y remera, disimulando su presencia en el lugar como si fuera cualquier hijo de vecino.

Pero las risas se ahogaron cuando uno de los invitados, que ya debía volver a sus ocupaciones, descubrió que en la puerta de la quinta ya no estaba su moto de 250 cilindradas. Un desconocido la había robado de las narices del custodio que, bajo la sombra de una planta, no supo advertir el delito.

El ladrón, descrito por el bonaerense como "un flaco de barba y pelo largo", robó la moto comprada con los ahorros de años sin que nadie lo advirtiera. Poco más tarde, desde el despacho del propio ministro León Arslanián avisaron a la testigo que todo se estaba solucionando (?!).

A la noche, cuando el vino y los choripanes habían dado paso al baile adentro de la quinta, los invitados comentaban entre sonrisas con un dejo de preocupación: "Si no pueden cuidar una moto... que dios salve a los testigos".

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