02 marzo 2007

Se murió del susto

Una mujer mayor, vieja, se murió del susto que le provocó ser asaltada por un par de ladrones. Los chorros, muy profesionales y a sabiendas que esa mujer anciana y débil no les causaría mayores problemas con el trabajo, ni la tocaron. No fueron brutos; no ejercietron violencia alguna más allá de amenazarla con un arma: agresión mínima indispensable para ese tipo de faenas.

Pero eso fue demasiado. La mujer murió culpa de un corazón cansado y viejo después de llamar a la policía para denunciar que unos ladrones habían aprovechado un descuido para entrar en su casa y robarla. Aún nerviosa, la anciana contó a los vecinos que la ayudaron, cuando logró deshacerse del nudo en la garganta y pedir socorro, como los cacos, «unos jovencitos», revolvieron la casa para llevarse unos pocos pesos de la jubilación: «Para ellos será buena plata, claro».

El corazón de más de ocho décadas dijo basta cuando todo lo que la mujer recordaba había sido dicho a los vecinos y las autoridades de uniforme. Los ladrones, prófugos en sus casas junto a sus mujeres e hijos en algún barrio pobre relativamente cercano; en un bar o un kiosco gastando una parte del botin en cerveza («Siguen en el barrio» dijo a la tv una vecina gorda), raramente sepan aún que el robo es ahora otra cosa: si los atrapan la justicia los acusará también de homicidio. Los ladrones no previeron que una descarga descontrolada de adrenalina los podía complicar.

«Se murió del susto» le dijeron a JC por teléfono en la comisaría. Las noticias dijeron al día siguiente que los golpes de los asaltantes mataron una anciana. En otros rodeos, si acaso lo escucharon en la radio o vieron la crónica en la televisión, los chorros se supieron libres de culpa y acaso criticaron el mal trabajo de esos desconocidos.

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