29 enero 2007

Día Osvaldo

Hace diez años, cuando murió Soriano, cuando mi vieja me dió la noticia, no pude sino sentir tristeza.
Yo lo había conocido en la secundaria a través de El Ojo de la patria, un librazo para mi adolescencia que había recomendado la profesora de literatura en una larga lista de libros que tenía la costumbre de llevar a la clase para "habituar a los alumnos a la lectura", y mi vieja me lo señaló -muy acertadamente- entre el medio centenar de títulos.

Aqui uno de sus textos (para leer completo clikear más abajo)



RUTAS

Por Osvaldo Soriano

Venía yo a ciento cuartenta y a la salida de una curva me tropiezo con toda la policía cerrándome la ruta. Hago un rebaje, freno sobre la banquina y busco los documentos del auto.

-Exceso de velocidad -me dice el vigilante tocándose la gorra.

-¿Mucho?

-Depende. ¿Haría la gauchada de llevar a un oficial hasta La Morada?

Le digo que cómo no, que encantado. Hace una seña hacia el patrullero y se acerca un tipo corpulento arrastrando los pies. Sube a mi lado pero se niega terminantemente a ponerse el cinturón de seguridad.

-Si habré visto gente quemada, así -me dice-. Si se incendia está perdido. ¿O no?

-A mí me salvó una vez. Hace un gesto para rogarme que no le discuta.

-Métale pata, a ver si puedo dormir una horita con la patrona.

Son las cinco de la tarde y tiene que retomar el servicio a las nueve. Acelero, paso un camión y después a un 505 que va a tranco de pulga.

-Vejetes -dice el oficial para sí mismo y de golpe me mira de perfil:

-¿Y usted de qué se ocupa?

Dudo. No me animo a decirle Página/12 ni "escritor", a ver si cree que le estoy tomando el pelo.

-De qué trabaja -insiste.

-Deportes -le digo-. Hago deportes en Ámbito Financiero.

No sé por qué me ha salido eso, qué oscuro laberinto de cobardía me conduce a buscar refugio en un diario que presumo amigo del orden y la policía.

-Periodista deportivo -me mira de nuevo-. Hay un diario jodido... ¿Cómo se llama?

-Cuál.

-Un diario quilombero, que está contra la policía... ¿Cómo era?

-Clarín, La Nación...

-No, no... Contra nosotros. Sacudo el acelerador. Mira el velocímetro y se repantiga en el asiento.

-No lo ubico —le digo.

-Finito así, gritón, ya me voy a acordar... -y de pronto-: ¿Usted qué opina de la policía de la provincia de Buenos Aires?

Tal cual. Un diálogo inverosímil, imposible de escribir. Me digo que llegado el momento voy a tener que reformularlo, cambiar las circunstancias y los nombres de los pueblos entre los que vamos atardeciendo, ciento cincuenta, ciento sesenta por hora.

-Qué sé yo -digo-. Hay de todo. Policías buenos y policías malos, como en cualquier profesión.

-¿Y el gatillo fácil? ¿Qué piensa del gatillo fácil?

Se empeña en conocer mi opinión, me dice que el comisario les ha dado un sermón para que no se achiquen, para que no se dejan atropellar por "los civilachos".

-Está mal -le digo-. Además, ¿quién puede creer que se les escapan los tiros? Me mira, extrañado.

-¡Se escapan! Es muy celosa la Browling. Si se cae de culata, ¡pum! Se escapa. ¿O no? Parece creer en lo que dice.

-¿Entonces usted no tiene opinión? -agrega, un poco decepcionado.

-Es que voy atento a la ruta.

-Métale fierro.

Cabecea unos instantes, parece que va a quedarse dormido pero enseguida abre los ojos y me increpa.

-¿Usted qué dice de la policía cuando lo paran y le meten una multa?

-No me gusta, manejo rápido... Oiga, si quiere dormir un rato déle, no se sienta obligado.

-Si pudiera dormir no estaría en la policía. Yo soy de la opinión que no hay que joder a la gente que viaja. Fíjese: a la velocidad que va usted ahora es boleta de seiscientos litros de nafta. Mínimo. Si pasa por el juez, setecientos. Todo para Cavallo... ¿Usted lo votó?

-Lo puso Menem.

-¡Ni lo nombre! A esa velocidad... ¡Cómo le pegan en el diario ése...!

-¿Dónde?

-Letras grandes, unos títulos así... ¿Cómo se llama?

-¿Crónica?

-No. La Razón tampoco. Ya me voy a acordar... Si los agarro les corto acá -se lleva la mano a la bragueta-. ¿Sabe qué pusieron?

-No, yo leo Ámbito y Clarín.

-"Cosacos" nos pusieron. Y nosotros acá en el asfalto, sin dormir. Es mejor charlar con la gente, ¿o no?

-Charlar, claro.

-A nadie le gustan las multas. Ni a Cavallo le gustan. ¿Usted cree que a mí me gusta hacerlas?

-No, creo que no.

-Hay que charlar.

-¿Cómo empieza?

-Les digo la verdad: "Usted llega como infractor y se va como amigo".

-¿Así les dice?

-Es la verdad. En la ruta somos todos amigos. Siempre hay algún hijo de puta, claro. Los que te llaman "cosacos" son unos hijos de puta, ¿o no?

-Y la gente qué hace.

-Colabora. Putea pero colabora. Los más jodidos son los del peaje. ¿Sabía que le cobran peaje a la policía? Póngalo en el diario.

-¿En serio?

-El otro día vengo persiguiendo a unos delincuentes y la mujer de la cabina me cierra la barrera. En la nariz me la cerró.

-¿Y cómo?

-Así, ¡chácate! "Abrime que se me escapan los delincuentes", le grito y la mina nada... Venía en el patrullero con las siete sirenas prendidas, cuatro vigilantes armados y me cierra la barrera. Cuarenta y tres mil pesos se habían choreado. "¡Abrí, che!", le grita un vigilante, y ni pelota. Le tuve que sacar el arma para que levantara la barrera. ¿O no?

-¿Y el ladrón?

-Había pagado. Se hizo el sota y pagó, así que nos llevaba bastante ventaja...

-Puede fumar, si quiere.

-Si me convida uno.

Prende y se refriega los ojos rojos, se pasa los nudillos por las ojeras moradas.

-Los alcanzamos acá en la Curva de la Muerte y al segundo tiro se entregaron. Cuarenta y tres lucas llevaba el tipo... ¿Usted qué hubiera hecho?

-No sé, nunca agarré un chorro.

-Me dice: "No me jodas, hermano, que recién salgo de Olmos". Estaba con condicional y si me lo llevaba no salía más... ¿O no?

-Carajo, qué dilema.

-Llévate treinta y déjame el resto, me dice.

-¿Y usted?

-Llevaba cuatro vigilantes, tengo que dar parte al superior, al comisario... Le dije: te tengo que arruinar, no me queda otra.

-¿Ninguna posibilidad?

-Y, no... ¿Qué podía hacer? Me acordaba de los tipos del peaje y me daban ganas de dejarlo ir. Ganas tenía, ¿o no? Me ofreció todo el paquete. "Llévatelo, ándate al Caribe", me dice...

¿Usted conoce el Caribe?

-Un poco.

-Parece que hace calor siempre, que hay playa y tocan cumbia -apaga el cigarrillo en el cenicero-. ¿Usted qué piensa?

-No hay que creer todo lo que dice la gente.

-Por eso. Hay que charlar, hablando uno entiende mejor al civil.

-Llega como infractor y se va como amigo.

-Y sí, pero el diario ése es peor que la tele... Mire si nos escracha. Lo tengo en la punta de la lengua.

-No pudo irse al Caribe.

-No. Así se jode la gente, ¿ve? El chorro de nuevo en Olmos y yo acá en el asfalto. ¿Y quién gana? Cavallo. ¿Usted lo votó?

-No se votaba por Cavallo.

-Déjeme en la Esso. Mi cuñado me lleva a casa.

-Voy a tener que seguir despacio a Tandil.

-No, métale pata. Si lo paran les dice que es amigo mío. De acá a Azul me conocen todos.

Me da el apellido y se baja, cansado y sonriente. Antes de cerrar la puerta se inclina y me mira con picardía.

-Capaz que usted los conoce: Hoja Quince, algo así. A veces lo veo al comisario que le prende fuego.

-Página/12.

-Me hubiera dicho. ¿Los conoce?

-Un poco. Están de cumpleaños.

-Entonces dígales. A la Browling se le escapan los tiros. Y al delincuente lo mandé de vuelta a Olmos.

-Si pasan por acá, ¿se van como amigos?

-Difícil. Nos llamaron "cosacos".

-Les voy a decir.

-Vaya tranquilo. Si lo paran diga que me trajo hasta La Morada. ¿Se va a acordar mi apellido?

-Seguro.

-A la vuelta me trae una atención de Tandil y charlamos. Me cuenta del Caribe.

-Con gusto.

-Vaya, métale pata.

Domingo 26 de mayo de 1996

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen recuerdo, gran foto.
Un abrazo
José