El flaco tomó dos pasos de carrera, picó en el borde y saltó al agua. Su cuerpo alargado, con antiparras y malla short ajustada al cuerpo, entró recto de cabeza en la pileta. Una entrada perfecta, apenas si salpicó unas gotas hacia los costados. A unos pocos centímetros de profundidad hizo unos metros con las manos juntas y los brazos extendidos bajo el agua. Pura técnica: incluso repitió dos patadas tipo delfín para darse mayor impulso. Meolans se sentía el flaco mientras encaraba hacia la otra punta del natatorio.
Al final emergió, más o menos a la altura del banco de los guardavidas que miraban la pileta echados y pachorrientos. Y comenzó con las brazadas del estilo crawl. Un brazo, otro, respiración... "Técnica y entrenamiento", pensaba el flaco.
Una, dos, tres veces recorrió la pileta olímpica del campo de deportes del Colegio Nacional. De una punta a la otra.
Nadaba concentrado y era impensado que saliera de ese trance, que algo lo expulsara fuera de esa comunión que se genera entre los nadadores y el agua cristalina de la pileta.
Justo, entonces, cuando el brazo derecho emergía del agua anticipando una palanca enérgica contra el líquido elemento que lo impulsaría unos centímetros más, se produjo la explosión.
Los guardavidas no se tiraron al agua. No fue necesario. Ni siquiera advirtieron el episodio.
El flaco ya no nadó esa tarde. La patada del adolescente que jugaba con sus amigos a la mancha en el agua le metió con el talón en la quijada, lo había dejado mareado. Atontado por el resto del día.
"Cuando hay tantos chicos no se puede nadar, Peter", comentó Carlos, acodado en la reja verde que encierra la pileta.
El flaco, todavía atontado y sentado al sol, miraba con su compañero de natación el enjambre de pibitos tirándose bombita, persiguiéndose, mojando a todos, sin importarles los andariveles.
1 comentario:
Me gusta. Ahora que vuelvo a blogear me encantaría leer otros textos suyos.
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