08 mayo 2006

La DDI - Segunda Entrega -

Monjas en Fuga

- Muy bien, les cuento lo que puedo y después ustedes me preguntan. ¿Estamos?

El comisario de la Departamental miraba fijamente juntando las tupidas cejas rubias, con sus ojos claros desde el metro ochenta de altura de su cabeza. Nos se preocupó en mirar a sus lados; su atención estaba centrada en la cámara amiga de la televisión que iba a tomarle imágenes de su rostro, su camisa y su traje verde y pulcro. Acomodó una vez más la manga de su camisa debajo del saco y escondió la pulsera de oro que sobresalía, pesada, sobre su muñeca. No quería que se le escape ningún detalle.

Sin más preámbulos y con vos clara y algo ronca comenzó a desenroscar la lengua.

-El miércoles pasado recibimos la denuncia de la madre superiora del convento que nos puso en alerta sobre el posible secuestro de las dos hermanas. Inmediatamente los hombres de este elemento junto a efectivos de la Distrital, iniciamos un rastrillaje de la zona.

El jefe desplegaba naturalmente el lenguaje policial aprendido en sus tres décadas de servicio en la fuerza, parado al lado del escritorio, con la bandera argentina y algunos de sus diplomas como fondo de la imagen que, minutos más tarde reproduciría el aparato de TV. Miraba fijamente la cámara. Tenía una expresión extraña en la cara; sus ojos trasmitían seguridad, vigor y cierto aire de relajamiento a la vez, como si se tratara de una interpretación entre un grupo de amigos. Nada más alejado de lo que sucedía en esa oficina.

-Finalmente, a través de la declaración testimonial de un taximetrero que dijo haber llevado a las monjas a la Terminal, concluimos que las hermanitas habían viajado a la ciudad de Buenos Aires, donde hoy fueron encontradas por efectivos de nuestra fuerza que hace tres días recorrían la capital federal.

- ¿Las monjas se encuentran detenidas?-. Preguntó con vos grave, medio tanguera, la notera que sostenía el micrófono directamente apuntado al diente de plata del comisario.

- No. simplemente se las trajo a la DDI para que presten testimonio, y ya fueron llevadas al convento donde deberán dar sus explicaciones a la madre Superiora.

Las informaciones de los medios -variadas y contradictorias- hablaban de un posible secuestro; de pedidos de rescate; de un fallido intento de las monjas fugadas del convento para viajar fuera del país. Sonriendo y frunciendo o levantando el ceño dependiendo de la ocasión, el titular de la departamental negó y confirmó las versiones una a una.

-En definitiva, no va a pasar más nada- dijo finalmente una vez que las cámaras se apagaron. Ahora si comenzó a sonreír, repartiendo apretones de mano y palmaditas en el hombro. Impregnó en toda la escena una especie de complicidad amistosa que ninguno de mis colegas -incluido quien suscribe- percibió con agrado.

Cuando salimos de la DDI, la vereda continuaba vacía de transeúntes, alfombrada en montículos aislados por las hojas marrones de los plátanos. Caminamos con mis colegas hasta la esquina y allí me despedí para volver a la redacción. Elegí la vereda sobre la que el sol brillante del otoño depositaba la fuerza tibia de sus rayos. Necesitaba quitarme el frío que había calado mis huesos dentro de esa oficina.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que pasó con las monjas?