Zulema Castro de Peña era profesora de piano y de música en
el Instituto Gilardo Gilardi y en la Escuela Normal Nº3 de La Plata, y luego
de la desaparición de sus hijos se convirtió en una de las primeras mujeres de
pañuelos blancos en girar alrededor de
la pirámide de Mayo. Sus hijos eran militantes políticos y los había
criado con consciencia social y amor al prójimo, junto con su marido, Isidoro
Peña, uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humamos.
“Desde el principio fue Madre de Plaza de Mayo. Una de las
casas en las que se hacían las primeras reuniones en La Plata era la
de (Nelva, la mamá de la chica desaparecida en la Noche de los Lápices,
Claudia) Falcone y la otra era la de ella”, la recuerda Marta Ungaro, compañera
y amiga de Zulema y hermana de Horacio, otro de los estudiantes secundarios
secuestrados en el operativo del 16 de septiembre de 1976.
El 7 de junio de 2010, once días antes de cumplir 90 años,
Zulema Peña declaró ante el Tribunal Oral Federal Nº2 en el segundo
juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el circuito de centros
clandestinos del Primer Cuerpo del Ejército Atlético, Banco y Olimpo (conocido
como ABO2) por el secuestro, desaparición y hallazgo de los restos de sus hijos
Isidoro y Jesús Peña.
Zulema era una mujer fuerte y cuando le tocó declarar fue
sola, sin avisar a nadie.
“Murió a los 92 años, pero era muy activa. Hace dos años fue
sola a declarar al juicio por ABO, no quiso que nadie la acompañe. Y en la
declaración se descompuso y la tuvieron que internar. Pero cuando se compuso,
salió y le tuvieron que seguir tomando declaración. Era muy fuerte”, la
recuerda Marta Ungaro.
En ese juicio fueron condenados a 25 y 18 años de prisión
Pedro "Calculín" Godoy y del ex militar Alfredo Feito.
Tras su secuestro, los hijos de Zulema fueron vistos en los
centros clandestinos del Banco y Olimpo a principios de diciembre de 1978. Días
después, sus restos fueron hallados en la costa atlántica, pero fueron sepultados
como NN en distintos cementerios municipales. Permanecieron desaparecidos hasta
agosto de 2007, cuando sus restos fueron recuperados por el Equipo Argentino de
Antropología Forense (EAAF), que, además, estableció que habían sido asesinados
en uno de los “vuelos de la muerte”.
Pero su lucha por la memoria, la verdad y la justicia no le
impidió seguir siendo la mujer dulce que todos recuerdan y que no dejó de tocar
el piano hasta último momento.
Y la última fiesta de fin de año Zulema lo pasó con su familia:
su hija Zulemita y sus nietos dos de 6 y 12 años que viajaron desde Europa y el
hijo de su hijo Isidro, de 45, la visitó con su bisnieta, de dos años.
Tantas emociones repercutieron en su salud. “Menos mal que
viniste, me cambiaste el humor”, le confesó hace doce días a su amiga, la
reportera Eva Cabrera, que pasó a saludarla por el año nuevo. La Madre estaba
con fiebre y decaída.
PRESENTES. Zulema
tenía tres hijos. La menor, Zulema, tenía 14 años cuando el genocidio le
arrebató a sus hermanos, y hoy concertista de piano y vive en Lausanna, Suiza.
Los mayores, Jesús e Isidoro están desaparecidos. Ambos eran militantes
políticos y fueron secuestrados en 1978, uno en La Plata y otro en Capital, con
muy pocos días de diferencia.
Jesús tenía 35 años, estaba casado y estudiaba sociología en
La Plata, pero se fue con su familia a vivir a Buenos Aires. Trabajaba con los
tableros electrónicos de los barcos en el puerto. Vivía en el piso 19 de un
edificio enfrente de Retiro y el 27 de junio, dos días después de la final del
Mundial ’78, fue secuestrado en La Plata.
Isidoro tenía 29 años y también estaba casado. Era técnico
electrónico, estudiaba ingeniería y trabajaba en Buenos Aires, vendiendo cursos
de inglés con libros y cassetes. A las dos semanas de que se lo llevaran a su
hermano, el 10 de julio, Isidoro fue secuestrado en la calle, mientras
trabajaba.
Los hermanos Peña fueron vistos en los centros clandestinos
del Banco y el Olimpo a principios de diciembre de 1978.
Zulema murió hoy a los
92 años. Como todos los días se despertó temprano y pidió que le preparen un
té. Lo tomó en la cama y, serena, cerró los ojos. Eran las 8.20.
Foto: Eva Cabrera
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